Cultura o pedagogía

Luis Fernández

Lo que opone a las dos escuelas en educación, esencialista y metodologista, no son apenas los objetivos de la enseñanza, que básicamente son los mismos aunque no se describan siempre en los mismos términos. 

Los metodologistas defienden que existe un método natural que, una vez encontrado, permitirá poner a los alumnos en un proceso imparable de florecimiento de todas sus habilidades intelectuales y de su sentido crítico; todo ello sin esfuerzo, igual que se crece físicamente sin esfuerzo y con poco dolor.

Los neoesencialistas soñamos con el mismo horizonte, pero para nosotros esa inteligencia y esa disposición crítica son propiedades que emergen, no del todo espontáneamente, de una cabeza donde primero la escuela ha introducido con determinación y sistema un cuerpo de conocimientos amplio y diverso.

Para los primeros, el crecimiento intelectual es el fruto espontáneo de un desarrollo natural al que la escuela debe liberar de toda traba, construyéndose cada uno como un cosmos único, libre de toda imposición intelectual y de toda pretensión de objetividad.

Para los segundos, el individuo inteligente es el producto de la apropiación personal de la inteligencia social, resultado a su vez de las contribuciones de generaciones enteras al conocimiento compartido, constituido no por opiniones subjetivas sino por juicios verdaderos depurados por la experiencia colectiva.

El primer punto de vista es romántico, individualista y liberal, es decir, burgués, a pesar de lo cual es sorprendentemente identificado con la izquierda política.

El segundo punto de vista es racionalista y colectivista, atribuyendo la conciencia no al desarrollo espontáneo del individuo, sino al desarrollo social, que, desde que se inventó la palabra, tiene poco de espontáneo.

Desprovistos de cultura general, los hijos del pedagogismo no encuentran una «comprensión» personal del mundo en las elaboraciones únicas de su intelecto, teóricamente madurado en actos de «descubrimiento guiado», sino que tienen que tirar de consignas, de creencias aportadas por otros. Son igualmente hijos de su mundo social pero, desprovistos de criterios objetivos para filtrar lo que oyen, son menos autónomos que los que primero han sido instruidos en el mapa del mundo, configurado por los procesos naturales y sociales. Privados de saber, están condenados a creer.

Cultura o pedagogía

Hirsch y nosotros

Luis Fernández

Las propuestas de E.D. Hirsch, descritas por alguno como neoesencialistas, han encontrado crédito en dos tipos de agentes políticos. En la izquierda sólo en una minoría, a la que estamos apuntados. En la derecha, en una buena parte, sobre todo de la más ideologizada, porque la mayoría, clásicamente oportunista, valora positivamente el éxito de la «nueva educación», que domina el discurso y que, aunque promete lo contrario, reproduce y amplifica las diferencias sociales de nivel educativo, por su injustificada confianza en la innovación metodológica como panacea y por su indiferencia por los conocimientos, por la cultura.

Hirsch se declara de izquierdas, socialista según sus propias palabras, pero se reconoce conservador en materia educativa, en la línea de la interpretación de Gramsci, ahora minoritaria, que Entwistle dejó clara en su obra «Antonio Gramsci: Conservative schooling for radical politics», muy crítica con las pretensiones de la «pedagogía centrada en el niño».

En común con los conservadores, Hirsch y nosotros tenemos una preocupación por la transmisión de contenidos clásicos. Lo que se espera en cada caso es sin embargo distinto, lo que determina diferencias en qué hay que enseñar y también en los modos.

Los conservadores

Los conservadores quieren unos contenidos que más que clásicos sean tradicionales, los que sirvan a la formación en el respeto a los mayores y a las instituciones sociales tradicionales, al orgullo patriótico y a la moral tradicional, es decir, preferiblemente una moral anterior a la revolución de las costumbres que promovió ese capitalismo del consumo ahora en retroceso. No quieren que se enseñen cosas inútiles, así que para la mayoría, además de los valores tradicionales, quieren una cultura general limitada que sustente aquéllos —por ejemplo, una historia que promueva el orgullo de pertenencia recordando las glorias nacionales y silenciando los puntos oscuros, mucho de lo bueno del Cid Campeador pero poco de lo malo de la guerra del Rif—, una educación más técnica que científica —parece que la mayoría no necesita saber qué es un algoritmo, la resiliencia ecológica, o la retrodicción, pero sí saber qué significa en la práctica un kWh o cómo borrar un disco duro sin dejar rastro— y una «educación financiera», que los deje a merced de los bancos —cómo pedir un crédito, pero también la disposición a hipotecar la casa familiar para «emprender» un negocio inviable—.  Son contenidos seleccionados que no recorren pero sí representan una cierta cultura, identificada sin ambages con la hegemónica en el mundo, la de la expansión europea y cristiana, orgullosa de su poder y sin complejos.

El rigor se queda en hacer pruebas externas que sirvan a dos fines. El primero es apartar a la mayoría de la enseñanza general cuanto antes, encaminándolos a una formación profesional sin contenidos culturales (que para esos alumnos se declaran «inútiles»; desproveer de ellos, llamándolos teóricos, a las enseñanzas terciarias, incluidas las universitarias, es otra manera de buscar lo mismo). La exclusión de la cultura de una parte significativa si no mayoritaria de la población no es vista como un fracaso, sino como el resultado natural y espontáneo de diferencias de talento y carácter que el sistema escolar no puede sino constatar. El segundo objetivo de las pruebas externas es realimentar las diferencias favoreciendo la clasificación de los centros, para lo que publicar sus resultados es esencial, porque los jerarquiza y favorece el negocio educativo, aunque para ello convierta en guetos la mayoría de los centros públicos.

Un sistema así —con un programa de contenidos fijado y pruebas externas usadas para la exclusión— aspira a venderse como meritocrático, aunque sea exactamente lo contrario; tiene la virtud de facilitar la atribución del fracaso a sus víctimas, en lugar de a sus perpetradores.

La izquierda

Cuando desde la izquierda pedimos una enseñanza rica en contenidos, y vemos con incredulidad que se identifique a la izquierda con exactamente lo contrario, estamos hablando de una enseñanza rica en contenidos para todos, donde sólo se pueda hablar de éxito cuando unos objetivos exigentes —exigentes sobre todo para el sistema— se hayan alcanzado para la inmensa mayoría, no para una fracción más o menos generosa. La definición del qué enseñar no deriva en nuestro caso de las necesidades de esta u otra estabilidad social y política, porque no buscamos un adoctrinamiento alternativo sino que se ponga al alcance de cada uno lo que sabemos entre todos. Se logra con una enseñanza sistemática, organizada según la lógica del conocimiento, en torno a disciplinas que contribuyen cada una con una clase de problemas y con maneras propias de abordar éstos y de pensar, no sólo con un catálogo de conceptos y menos aún con una lista simple de datos. Requiere de un currículo con dos secciones, una cerrada, que define los contenidos comunes que queremos que todos aprendan, los que se requieren para seguir avanzando juntos, y otra abierta, que sirve para la adaptación a las circunstancias específicas de cada lugar y momento y ¿por qué no? a los intereses subjetivos de los alumnos, que serán inevitablemente definidos por las circunstancias de su medio y de su tiempo, por esas que tienen la necesidad y la obligación de pensar.

En este esencialismo educativo de izquierdas no se rechaza la diversidad cultural, pero sí el relativismo que hace a todas las tradiciones equivalentes para todo; busca una cultura de valor universal, que no puede consistir en una reafirmación de los valores e intereses de quien ha llegado a dominar el planeta, aunque en algunos capítulos, como la ciencia experimental o la igualdad política, tenga en Occidente sus raíces más sólidas.

Las pruebas externas han de servir para evaluar las necesidades tanto o más que para certificar los logros personales y colectivos; no se usan para la realimentación positiva, para promover la distancia entre los centros y el negocio educativo, sino para la realimentación negativa, para igualar, pero siempre empujando desde abajo, nunca frenando desde arriba. Es una educación que busca corregir los déficits, no reducir las diferencias si para ello hay que enseñar menos a los más dispuestos o preparados para aprender. Es así porque el conocimiento no es sólo un derecho fundamental de los individuos, sino que lo es además de la comunidad, que necesita también a los talentos excepcionales; cuando alguien sabe mucho, en una sociedad sana nos beneficiamos todos.

Para la izquierda, para esta izquierda, sí son importantes la disciplina y el mérito. La disciplina es una virtud personal que hay que formar, es principalmente autodisciplina y respeto a los demás, no pura sumisión acrítica a una jerarquía recibida. La clase no es una asamblea democrática, pero el profesor, que es quien dirige, nunca deja de escuchar ni de justificar sus decisiones propias o de explicar las exigencias del sistema. El mérito es el del esfuerzo, y también el del talento cuyos frutos se comparten, porque de los que han recibido más es justo esperar que den más.

Los esfuerzos de un sistema educativo basado en estas premisas permitirían, en la medida misma en que se logren sus objetivos, avanzar en una de las precondiciones para que la sociedad sea una asamblea de iguales —sin jerarquías sociales predeterminadas y hereditarias, sin clases sociales— para que la democracia sea real, y es que todos sus miembros disfruten de la mejor información disponible cuando contribuyen a la toma de decisiones, cuando elijan. Es imprescindible también para una sociedad cuyo comportamiento sea inteligente, que no se autodestruya, una sociedad gobernada por los sabios donde los sabios sean todos.

Hirsch y nosotros

LA CONCRECIÓN DEL CURRÍCULO LA DEBE DAR LA EVALUACIÓN
Luis Fernández García

        Se pueden programar los contenidos, pero para que estos fructifiquen como conocimiento, es necesario no olvidar el objetivo de que los alumnos se apropien de ellos, y los integren con lo que han estudiado antes y con su experiencia, y que sean capaces también de aprovecharlos para las tareas de formación subsiguientes y para su vida (esencialmente su vida intelectual, y a partir de ella, para su vida práctica). Esos objetivos se ponen en los preámbulos de las leyes, se detallan como objetivos generales de las etapas y de las asignaturas, pero no son en general objeto de evaluación directa y consciente. Cada profesor, cada equipo docente, debe contemplarlos en su programación y en su práctica cotidiana, pero esa obligación sólo se vigilará por algunos, y sólo a veces, si no hay exámenes específicamente dirigidos a evaluar su logro, si los exámenes sólo evalúan el conocimiento factual. Debe haber pruebas externas que evalúen esos logros, como única manera de que su persecución sea un objetivo consciente día a día. En la evaluación global y en la externa de prácticamente todas las materias, una parte será de conocimiento factual, y otra de la capacidad para abordar y resolver problemas (problemas, no ejercicios; es decir, no ejercicios que comprueban el conocimiento mecánico de procedimientos mecánicos, sino problemas en los que el alumno deba discurrir cada vez para encontrar o avanzar en la solución, porque son únicos). Es más caro evaluar el conocimiento profundo y operante que el superficial, pero sin la orientación (y también la presión) de unas pruebas diseñadas cuidadosamente con la profundidad como blanco, su logro estará completamente al albur del profesor que toque y de las características de cada alumno. Un currículo demasiado extenso para ser impartido con suficiente profundidad será uno de los efectos negativos de una evaluación de sólo lo superficial.

        La evaluación del conocimiento factual (hechos, datos) y general (leyes, reglas, …) es más fácil y barata. Su enseñanza, por objetiva, es fácil de programar y controlar su cumplimiento. Esos conocimientos son la base previa sin la que no es posible el conocimiento profundo, concreto, la comprensión de los conceptos, las leyes, los principios metodológicos, pero su control no garantiza estos últimos. Es difícil saber muchas cosas, muchos detalles, sin desarrollar curiosidad, y sin relacionar y razonar, porque los conocimientos factuales sólo son fáciles de memorizar cuando se integran en un edificio estructurado. Los enemigos del currículo y defensores del «laissez faire» exageran esa posibilidad, la de que se aprendan de memoria conocimientos fragmentarios y aislados, sin desarrollar su comprensión. Aunque no tienen razón, no se debe confiar sin más en que la acumulación fructifique por sí misma, espontáneamente, en conocimiento profundo; ni se debe reducir la evaluación a los datos, las definiciones formales y los ejercicios mecánicos. Debe perseguirse y evaluarse el conocimiento profundo, el que permite pensar la realidad y abordar problemas, y sólo a través de la evaluación externa puede motivarse para que todos, no sólo una parte, de los agentes del proceso, profesores y alumnos, trabajen activamente ese objetivo, que es el fundamental, y el que justifica la prolongación de la escuela más allá de los primeros años.

La concreción del currículo la debe dar la evaluación

POR QUÉ NOS NEGAMOS A LA SELECCIÓN SOCIAL CLASISTA Y POR QUÉ SON NECESARIAS LAS PRUEBAS EXTERNAS

Salustiano Martín

La práctica de la selección social clasista en el sistema educativo se lleva a cabo cuando se instruye y educa a los niños para el trabajo, para la ocupación a la que previamente “parecen” estar destinados; es decir, cuando se los educa “para la vida” que van a tener. Tanto da si ese destino y esa vida se basan en la genética, en el cociente de inteligencia, en la clase social o en la capacidad intelectual presunta. La práctica de la selección comienza y termina en ese proceso, del cual las reválidas son sólo el procedimiento más visible.

Nosotros negamos la selección social que se opera en el proceso cuando nos negamos a instruir a los niños según líneas de fractura que tienen que ver con ciertas presuposiciones que, finalmente, remiten todas a la clase social (de la que proceden y a la que se los destina). A unos se los “prepara” para esto: el trabajo precario predestinado -o el paro- al final de una secundaria que sólo ha comunicado ignorancia y que no predice otra cosa que una ocupación basura (ésta “era” su vida); y a otros para esto otro: el camino hacia el bachillerato y la universidad, y acaso a los buenos trabajos a los que parecen estar destinados (incluida la gobernación de los que, a menudo, no saben, no contestan).

Negamos la selección social cuando afirmamos la imperiosa necesidad de educar e instruir a todos los niños para que, si quisieran finalmente, puedan llegar a la universidad y salir adelante en ella con aprovechamiento. Es decir, cuando afirmamos la radical necesidad de enseñar todos los conocimientos (que caracterizan la herencia cultural e intelectual de la humanidad) a todos los niños (sea lo que sea lo que se pueda apreciar en ellos de entrada).

Negamos la selección social que se opera en el proceso porque queremos que todos puedan conseguir todo lo que ha de poderse lograr en el entero proceso del aprendizaje, sin prejuzgar genes, inteligencia, clase o capacidad: porque la inteligencia se puede estimular en el proceso y se puede conseguir que se desarrolle, y porque, de ese modo, también se desarrollará la capacidad intelectual para lograr todos los conocimientos: porque unos conocimientos son la base para otros conocimientos, y cuanto más se aprende más se es capaz de aprender.

Tener la voluntad política de conseguir el desarrollo intelectual global de todos los niños, el aprendizaje de todos los conocimientos por todos los niños, desde el principio del proceso escolar, exigirá un currículo y unos procedimientos ricos en contenido intelectual y en conocimientos desde el primer minuto de la escolarización (pongamos a los 2 o a los 3 años recién cumplidos, si no antes) y a través de todo el proceso. El lema ha de ser éste: todos podrán si todos nos empeñamos en que puedan, porque nuestra convicción será que todos van a poder, y porque pondremos el esfuerzo, la inteligencia, el trabajo, la disciplina y la comprensión necesarios para conseguirlo.

En este sistema, en el que todos los alumnos han de ser instruidos y educados para conseguirlo todo (es decir, lo más posible), las pruebas externas en ciertos momentos del proceso son inexcusables. Sólo con ellas podemos estar seguros de que estamos consiguiendo las metas que nos habíamos propuesto: el desarrollo intelectual completo y el aprendizaje de todos los conocimientos (en amplitud y profundidad) de todos los niños. Porque nuestro afán es conseguir de verdad esa meta; porque no queremos fingir que se está consiguiendo. Porque saber lo que está pasando verdaderamente en el proceso es la condición necesaria para poner remedio inmediato a los problemas que, sin duda, irán surgiendo. Porque sólo así podremos conseguir esa meta verdaderamente.

Por qué nos negamos a la selección social clasista y por qué son necesarias las pruebas externas

SE PUEDE CONSEGUIR LA IGUALDAD DE RESULTADOS AL FINAL DE LA ESCOLARIZACIÓN OBLIGATORIA SÓLO SI EXISTE UNA VERDADERA VOLUNTAD POLÍTICA EN ESE SENTIDO Y SI EL TRABAJO PARA ELLO ES CONSTANTE DESDE EL PRINCIPIO DE LA ESCOLARIZACIÓN

La escuela inclusiva es una necesidad de las sociedades democráticas que no quieren serlo sólo en apariencia: les va en ello su propia existencia como tales. Para conseguir ese tipo de escuela, es necesario conseguir la igualdad por arriba de los resultados académicos y de la forja del carácter de los alumnos. Para conseguir esa finalidad, no basta con proclamar su necesidad o nuestros deseos. Si queremos que todos[1] los niños españoles acaben su escolarización obligatoria teniendo verdaderamente asumidos todos los conocimientos que les serán necesarios para continuar sus estudios más allá de esa escolarización (o, en todo caso, para poder entender verdaderamente el mundo y la sociedad en que viven), una cuestión fundamental es qué currículo debe ser enseñado y aprendido en la enseñanza Infantil y en la Primaria. Lo que la práctica asegura, al respecto, y las pruebas empíricas certifican, es que, lejos de que sea necesario rebajar o aligerar los contenidos de la enseñanza Secundaria (lo que significaría de antemano la eliminación de la inclusividad que se pretende), lo que se necesita es asegurar el aprendizaje de contenidos más amplios y rigurosos en la Primaria.

Necesitamos que los escolares españoles puedan limar sus diferencias desde su primera y más tierna infancia. Si los niños de la clase trabajadora manual tienen (como parece que dicen la práctica escolar y muchos pedagogos) un menor caudal de vocabulario o menos recursos cognitivos que los niños de la clase trabajadora no manual, o que los niños de la clase capitalista, entonces, esos niños deben ser puestos, desde el minuto 1 de su escolarización (que debe ser para todos, y gratuita, desde el primer año de infantil), en situación de superar esa brecha inicial. La enseñanza sistemática de vocabulario (activo y pasivo), por medio de una práctica rigurosa e insistente, debe llevarse a cabo con energía y voluntad política de lograr la superación de la brecha inicial en ese sentido[2] ya desde el primer año. La brecha debe ir disminuyendo sistemáticamente, hasta que quede colmada por entero antes del comienzo del aprendizaje de la lectura.

El aprendizaje de la lectura debe afrontarse desde muy temprano, cumplidos que sean sus cuatro años de edad. Todos los niños deberán poder leer sin problemas antes de cumplir sus cinco años, y eso se conseguirá mediante el aprendizaje sistemático de la relación sonido-letra y de la conciencia fonológica[3]. Cuanto antes se aprenda leer, más fácil le será a los alumnos de la clase trabajadora manual el aprendizaje masivo de nuevas palabras, de modo que sea más difícil el retroceso en relación con los alumnos de familias más acostumbradas a las cuestiones culturales o intelectuales. La lectura en ese primer curso debe ser, pues, abundante, y, por supuesto, estimulante para el desarrollo intelectual del alumno[4]. Por otra parte, antes de que acabe el curso en que cumplen los cinco años, todos los escolares deben haber empezado en serio a aprender a escribir. Cuando cumplan los seis años deberán estar ya preparados para leer textos formativos (esa lectura servirá, al mismo tiempo, para el propio desarrollo de la capacidad lectora y para el aprendizaje de nuevos conocimientos) y para escribir (aprendizaje que se deberá completar antes de comenzar el primer año de la Primaria) textos sencillos (primero, copiando; luego, al dictado; finalmente, por su cuenta). La práctica de la lectura tiene que seguir siendo masiva en ese último año de la escuela infantil.

En resumen, todos los alumnos deberán estar en perfectas condiciones de empezar el primer curso de Primaria, porque se habrá trabajado desde el principio absoluto de la escolarización para borrar totalmente la brecha posible existente en ese inicio. Así, estarán todos preparados para empezar su trabajo de aprendizaje de todos los conocimientos que han de ser necesarios en cada momento del desarrollo de la práctica escolar. Eso significa que habrán de graduarse los conocimientos de acuerdo con las necesidades de cada curso y edad, teniendo en cuenta las necesidades de partida del curso siguiente. En ese sentido, es necesario que todos los escolares comiencen cada curso con todos los conocimientos que se requieran al efecto, y que todos esos conocimientos se amplíen y se exijan para asegurar que eso sucederá. Habrá de cuidarse, minuciosa y constantemente, que la brecha de conocimientos no aparezca en ningún momento, vigilando de cerca el desarrollo de todos los alumnos, de modo que se pueda advertir, antes de que se acentúe, cualquier pequeño desajuste en el aprendizaje. Todo el trabajo a desarrollar en la Primaria ha de ser el necesario para llegar al término del 6º año con todos los alumnos teniendo todos los conocimientos necesarios bien aprendidos y asimilados, y con la capacidad intelectual adecuada para comenzar el primer año de Secundaria sin ningún desajuste.

La lucha ha de ser constante en ese sentido, si es que queremos que la igualdad de resultados por arriba para todos, al término de la enseñanza obligatoria, sea un hecho. Si es que queremos, de verdad, la escuela inclusiva.

[1] Como es lógico, ‘todos‘ significa, en este texto, “casi todos”, es decir, todos aquellos que no presenten problemas extraordinarios. En todo caso, será preceptivo trabajar minuciosa y concienzudamente desde el primer día de la escolarización de cada niño para solucionar de inmediato los problemas de retraso que se perciban en cada momento. Hay que conseguir que los “problemas extraordinarios” sean sólo los que verdaderamente se manifiesten en la práctica como “extraordinarios” y queden claramente fuera del alcance de una instrucción rigurosa, empeñada, con verdadera voluntad política, en limitar al máximo esa cifra.

[2] Es decir, la brecha que tiene que ver con la situación inicial de desfase en el vocabulario. Asimismo, debiera ser posible poner a todos los niños en una situación cognitiva suficiente para la continuidad con aprovechamiento de su escolaridad. La idea fundamental es ésta: la brecha debe reducirse en todos los niveles en la medida necesaria para que todos estén en disposición de aprovechar los cursos sucesivos, no por medio de subterfugios del tipo “todos aprenden algo”, sino asegurando que todos aprenden lo suficiente para continuar adelante; es decir, no como ahora, en que una proporción creciente de los alumnos no pueden lograr los objetivos si éstos no son falseados. De esta forma, será posible que “todos” los que entran en primaria estén preparados para ello.

[3] Es necesario destacar, aquí, que las pruebas empíricas al efecto demuestran, repetidamente, que el “método global” de enseñanza-aprendizaje de la lectura en los niños pequeños no funciona en absoluto y que el “método fonológico” es necesario como la base inicial obligada para el comienzo real de la lectura.

[4] Pensamos que la comunicación con los que están aprendiendo a leer tendría que ser, en parte, también por medio de textos desde el principio de su formación. Es decir, no se trata sólo de proponerles ejercicios, sino también de darles instrucciones escritas, primero como rótulos, luego también como indicaciones para lograr algo. Creemos que la motivación para leer debiera tener desde el principio un componente utilitario; es decir, deberían “fabricarse” situaciones en las que la lectura demostrara una utilidad inmediata. La experiencia nos enseña ampliamente que, una vez que se ha aprendido con fuerza la idea fundamental del “valor de las letras”, el desarrollo de la lectura se efectúa con todo texto escrito que cae bajo los ojos del aprendiz.

SE PUEDE CONSEGUIR LA IGUALDAD DE RESULTADOS AL FINAL DE LA ESCOLARIZACIÓN OBLIGATORIA SÓLO SI EXISTE UNA VERDADERA VOLUNTAD POLÍTICA EN ESE SENTIDO Y SI EL TRABAJO PARA ELLO ES CONSTANTE DESDE EL PRINCIPIO DE LA ESCOLARIZACIÓN

Por una educación basada en la evidencia

Si tú supieras...

Los profesoresevidencia_post deberían exigir que las metodologías que utilizan sean de uso generalizado una vez hayan superado con éxito una estricta fase experimental. Sin embargo, pocos hemos oído hablar de la expresión educación basada en la evidencia. O, lo que es lo mismo, la práctica docente basada en las mejores pruebas disponibles. Podríamos hacer la comparativa con un medicamento, del que nadie espera que salga al mercado sin esta evaluación previa. De la misma manera que cualquier sociedad avanzada basa sus decisiones en la mejor evidencia disponible, lo mismo deberíamos esperar de cualquier maestro ya que, en buena medida, tiene en sus manos el futuro de muchos niños y jóvenes.  Seguir leyendo >

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¿Jugar al ajedrez mejora el rendimiento académico?

Si tú supieras...

ajedrez

En 2012 el Parlamento Europeo aprobó el programa Ajedrez en la Escuela al considerar que este juego «podría mejorar la cohesión social de niños de cualquier grupo social, mejorar su concentración, paciencia y persistencia y ayudarles a desarrollar el sentido de la creatividad, la intuición, la memoria y las competencias, tanto analíticas como de toma de decisiones«. Tres años más tarde, en  2015, el Congreso de los Diputados en nuestro país aprobó una Proposición no de Ley para promover que las administraciones educativas y los centros incluyeran la práctica del ajedrez en su oferta educativa.  A día de hoy, cada vez son más los colegios que están introduciendo este juego de mesa en su horario lectivo o incluso que lo están implantando como asignatura obligatoria en su programación curricular. Las razones que esgrimen los promotores de este tipo de decisiones son que jugar al ajedrez contribuye a…

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¿Un profesor es un educador?

FILOSOFIA DEL RECONOCIMIENTO

En el diálogo que se ha ido estableciendo, a trancas y barrancas, entre la “nueva educación” y, por supuestamente contraria, la educación tradicional –que muy bien no sabemos hasta cuándo se remonta- la crispación ha ido en aumento. Unos porque creen haber descubierto “algo” infalible y otros porque sintiéndose absolutamente cuestionados en lo que hacen, y en lo que hicieron sus ancestros, adoptan una actitud defensiva que les proteja de tanto menosprecio.

Analizar cada una de las perspectivas exige un libro escrito con rigurosidad y capacidad de análisis que desvele sobre todo implícitos que hacen de ideas que sostiene cada postura principios falaces, en especial los que creyendo que una revolución metodológica es la clave parten de supuestos idílicos.

Como en toda oposición van apareciendo por el camino asuntos que parecen colaterales, pero que entiendo son tal vez anteriores a esta disputa y en la que ciertamente no toda la…

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Diez prácticas educativas basadas en la evidencia

Si tú supieras...

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A continuación se presenta un breve resumen de 10 prácticas educativas basadas en la evidencia científica. Fueron reunidas en el año 2010 por el experto en educación Barak Rosenshine e incluidas en una serie más amplia impulsada por la Academia Internacional de Educación sobre los métodos de enseñanza más eficaces. El objetivo principal de esta institución es proporcionar resúmenes  de investigaciones sobre temas educativos de interés internacional.

  1. HAZ REVISIONES A DIARIO

Comienza cada sesión con un pequeño repaso. Esto reforzará los aprendizajes adquiridos en las jornadas anteriores y permitirá que los estudiantes los recuerden y accedan a ellos con facilidad a la hora de comprender algo o resolver un problema. Si quieres leer más sobre esta práctica, entra aquí.

  1. PRESENTA LOS CONTENIDOS NUEVOS PASO A PASO

En cada sesión, presenta únicamente una pequeña parte del nuevo contenido y ayuda al alumno mientras practica con ella de forma autónoma.

Por ejemplo…

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